Algunos epigramas son como caballos capaces de transportarnos lejos; como perros, que nos acompañan durante una vida como leones, que nos despiertan con un rugido. Se trata de un género único en el que cabe el dolor por quienes se fueron, la reflexión acerca de los momentos de alegría, los sinsabores de todo tipo, la sexualidad y quizá el amor, nada mal para un género menor.El presente tomo contiene a los poetas que le hablaron a Héctor durante toda una vida, desde Grecia, desde Roma. Escuché a Héctor decir varias veces que Marcial también fue capaz de escribir el poema más dulce de Roma, dedicado a su perrita. Y sin embargo, es en los poemas a la manera deÁnite de Tegea que aparecen Los epigramas a Lía, nuestra querida perra, cuando muere. Esos poemas fueron escritos con el corazón grande que acostumbraba Ánite, y el genuino dolor de la pérdida. Por lo tanto, no es necesariamente la temática, sino el tono, lo que el autor recrea en este oleaje de voces antiquísimas, en donde acontece primordialmente el tiempo que pasa, de diversas formas. Cuando leí por primera vez poemas de Héctor Carreto, él ya había escrito La espada de san Jorge, un libro que, en sus páginas, lleva a Grecia y a Roma. Roma, en sus epigramas desinhibidos, con un sentido del humor radiante e inigualable. Grecia, en « ¿Volver a Ítaca? », que es un poema de amor a la poesía único en español. El oleaje del Ponto, al final de la vida del autor, rinde homenaje a Grecia y Roma nuevamente, con epigramas del tiempo que pasa a la manera de aquellos maestros del dardo poético y de la ironía cabal.Dana Gelinas