Como Efraín Huerta, con quien comparte la preocupación por la poesía social y experiencias semejantes en el compromiso con las fuerzas progresivas del país, Alexandro Martínez Camberos exhibe en sus versos una fidelidad inquebrantable a los ideales que guían su vida desde la juventud. A diferencia de huerta, quien se insertó de lleno en los círculos literarios, Martínez Camberos dedico todo (o casi todo) su tiempo a la tarea de transformar la realidad. Sus aportaciones al debate ideológico y político dentro de la izquierda mexicana son una prueba de lo anterior.
La poesía, a la que se dedica también desde su juventud, no es en él una tarea prioritaria. Y, sin embargo, no es tampoco un pasatiempo. Se trata acaso de una vocación al mismo tiempo firme pero postergada, en el sentido de que nunca se asume como tarea principal. Con todo, es también principal, como lo sabe quién haya tenido la oportunidad de seguir más o menos de cerca su largo recorrido poético. Se trata de un trabajo constante, firme, aunque desperdigado en el tiempo. Salvo en Acróstico del Cenit, que es un texto perfectamente endecasílabo, Martínez Camberos prefiere manejarse dentro de un verso directo, sin restricciones de métrica y rima, y sin la chocante obsesión por hacer versos “bonitos”.
Como a toda poesía preocupada por el hombre y su destino en el ámbito de lo social, es decir, de la historia, los “caireles de la rima”, que dirían León Felipe le interesan un bledo. El lenguaje no es el personaje central, es solo el instrumento para decir lo que se tiene que decir, para mirar lo que se tiene que mirar. Y se mira muy alto, por cierto.